27 de abril de 2017

Aprendamos a vivir como pobres... sin sentirnos pobres, o cómo adaptarse a la "macrieconomía".

La mejor manera de adaptarse a los tiempos de mishiadura para la clase media que votó (o no) a la Alianza Cambiemos (que
 llegaron para quedarse) es aprender a vivir como pobre. Esto es lo que aconseja el diario La Nación en una nota sobre una experiencia de dos periodistas que nos enseña a desintoxicarnos del consumismo perjudicial adquirido en los últimos años o, mejor dicho,  cómo subconsumir.
Pero este artículo debe leerse dentro del contexto del aumento escandaloso de la pobreza y la indigencia, originado por las políticas económicas del macrismo, las que generaron una brutal transferencia de recursos desde las clases medias y la clase baja hacia el vértice más rico de la población. Por eso la nota está dirigida a los lectores del periódico y su ámbito de influencia. La meta es acostumbrarlos a vivir como pobres... sin sentirse pobres. Sí, a disfrutar las bondades del subconsumo en estos tiempos de consumismo populista desaforado...
Pero primero repasemos el contexto económico que justifica la nota, apelando a lo que opinan algunos medios sobre el modelo económico actual y sus consecuencias:


El país en el subibaja.
Desde que la Alianza Cambiemos llegó al gobierno, la transferencia de ingresos de los trabajadores al capital llegó a 16.000 millones de dólares, lo cual implicó una caída en la participación de los asalariados en el ingreso del 37,4 al 34,3 por ciento del Producto Interno Bruto entre 2015 y 2016. La profunda recesión de 2016, que en los primeros meses de este año no da signos de haber concluido, fue acompañada por alteraciones sustanciales en el régimen económico y en la orientación del modelo de acumulación de capital.
Al mismo tiempo, se observa un incremento de la respuesta represiva a los conflictos sociales desde mediados del año pasado, con un pico pronunciado en el primer trimestre de este año, tanto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como en el resto del país.




Lucha de fracciones.
Esa impactante transferencia de ingresos se produjo por la suma de la devaluación, la quita o baja de retenciones a las exportaciones, el aumento de las tarifas de los servicios públicos, la apertura comercial, la liberalización del movimiento de capitales y la suba de la tasa de interés, entre otras medidas que comenzaron a aplicarse desde el primer día de gobierno. Pero esas intensas pugnas por la distribución del ingreso, en el marco de la aceleración inflacionaria de 2016, no se agotan en el subibaja entre el trabajo y el capital sino también entre fracciones del capital. En el primer caso la transferencia de ingresos se origina en la punción del salario real; en el segundo, es reflejo de las distintas rentabilidades sectoriales.
Las causas fueron la caída del consumo (que no se ha detenido), el incremento de los costos de los servicios públicos y la apertura comercial, que sólo en escasa medida fue compensada por la suba del tipo de cambio real. Esta modificación de precios relativos se desplegó en un marco internacional complejo, caracterizado por la intensificación de la lucha competitiva que se reflejó en una importante caída de los precios de las exportaciones argentinas, que además se reprimarizaron. De este modo, el eje ordenador de la economía argentina se desplazó de la economía real y el consumo hacia la especulación financiera. El único componente de la demanda agregada que creció en 2016 fueron las exportaciones, pero esto traccionado por las ventas de productos primarios. En cambio la caída del salario real y el aumento del desempleo redundaron en una merma del consumo privado y no es exagerado decir que la inversión productiva se derrumbó.
Por más que el gobierno repita que el crecimiento genuino se dará por el aumento de la inversión (lo cual evidencia el sesgo ideológico de que los incrementos del consumo no son una forma válida de crecer, como se lee en reiteradas declaraciones despectivas de funcionarios de primera línea) la tasa de inversión cayó del 16 al 13,9 por ciento del PIB entre 2015 y el último trimestre de 2016. El resultado fue mucho peor en la radicación de las tan apetecidas inversiones extranjeras directas, que  se redujo a la mitad.
Tan marcado descenso de las inversiones orientadas a la economía real permite prever que, si hubiera alguna reactivación de la actividad este año provendría del denominado “rebote estadístico”, con escaso impacto en la economía real y el empleo y no sostenible en el tiempo. Pero ni siquiera eso se advierte en los indicadores de coyuntura más recientes, que no muestran un cambio de la declinante tendencia observada.
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Crisis de ansiedad
La Alianza Contra el Choripán (...) hizo casi todo lo que le pedían antes de las elecciones presidenciales y ahora le reprochan que no hizo lo suficiente para que la economía arranque con vigor. El gobierno de y para el poder económico cumplió con el mandato exigido. Capituló a los pies de los fondos buitre abriendo nuevamente el negocio de la deuda a la banca (emitió casi 90 mil millones de dólares en 16 meses). Eliminó las retenciones y aplicó una fuerte devaluación, ambas medidas en forma simultánea cuando nunca antes se había dado ese doble golpe de knock out al consumo popular en la economía argentina. Avanzó en forma agresiva con un tercer golpe con el tarifazo reduciendo subsidios. Desarticuló totalmente los mecanismos de control de los flujos de capitales especulativos y del mercado de cambios. Lideró en forma decidida y sin pudor una persecución política e ideológica en el plantel de empleados públicos, al mismo tiempo que desarrolló un dispositivo de represión a la protesta social.
Embistió contra derechos laborales y previsionales, además de alterar el patrón de redistribución del ingreso hacia la regresividad, bajando el salario real del 6 al 8 por ciento en trabajadores registrados, al tiempo que condiciona las paritarias para reafirmar esa pérdida en el reparto de la riqueza.
La economía macrista replica esa estrategia recesiva en el frente fiscal. El incremento del déficit no fue por un aumento del gasto corriente (hubo caída en términos reales de salarios públicos, jubilaciones, consumo público y obra pública), sino que se generó por una disminución de los ingresos (reducción de impuestos a estratos altos). El déficit fue entonces recesivo y regresivo, alimentando así el círculo vicioso de descalabro de las cuentas públicas.
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100 días de Dujovne
En palabras del propio Presidente, no hay Plan B. El Plan A, por su parte, se basa en algunas premisas básicas: la inversión es el motor de la economía; para promocionarla, alcanza con generar condiciones de rentabilidad y emitir señales de confianza hacia el mercado; el consumo popular ahoga la inversión; los salarios son un costo más que afecta la competitividad; y la inflación es el gran mal a combatir, con recetas monetaristas.
Estas verdades funcionan como axiomas que no requieren validación empírica. En todo caso, siempre existen factores externos pasibles de ser identificados como los responsables de su incumplimiento. Léase: kirchneristas, movimientos sociales, sindicalistas, científicos, maestros. La lista se va ampliando y puede hacerse extensiva a la sociedad en su conjunto, pues en última instancia, ello es lo que está de fondo cuando el Presidente hace hincapié en la necesidad de un cambio cultural.
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Y veamos ahora un resumen de lo que se aconseja en la nota de La Nación para que vivamos como pobres sin sentirnos pobres, disfrutando de una desintoxicación de populismo, para que aprendamos a caer de clase social sin preocuparnos ni tener la tentación de protestar contra el gobierno:


Un año sin comprar: muchas ganancias y algunas pérdidas.
Dos periodistas cuentan cómo fue vivir sólo con lo que necesitaban.


"¿Qué es lo primero que se compraron?" Cuando uno decide pasar todo un año sin consumir más que lo necesario y por fin llega esa fecha, la gente siente desilusión cuando la respuesta es nada. (...) no habíamos sufrido síndrome de abstinencia. Al contrario, llegamos menos ansiosas, más conscientes de todo lo que tenemos y más satisfechas con nuestras vidas.
Que se rompa tu jean favorito, que estalle la pantalla del celular o que casi agotes tu stock de sandalias son pérdidas menores cuando uno lo compara con la ganancia de haber descubierto que se puede perder todo aquello que se tiene, pero nunca aquello que se es. Por eso, sentimos que éste fue un año de ganancia. De aprendizaje. De desintoxicación.
Y así nació, el 1° de abril de 2016, este proyecto de abstinencia que llamamos Deseo Consumido.
Hubo gente, preocupada, que vino a advertirnos, como si no lo hubiéramos notado, que si todos hacían lo mismo, la economía se iba a enfriar. En nuestra defensa debemos decir que pasado un año, el mercado ni siquiera se enteró de lo que hicimos.
Compramos mucho más de lo que consumimos: usamos apenas el 20% de la ropa que tenemos. Algo similar ocurre con la comida: el 35% de lo que se produce va a parar a la basura.
Tenemos que ser mucho más estrictos con las cosas que dejamos entrar a nuestras hogares. En apenas dos décadas, los argentinos pasamos de comprar nueve prendas por año a casi 20. En materia de comida, sucede lo mismo. Año a año compramos más volumen de alimentos: todos los rubros registraron en la última década incrementos significativos. Más harinas, más galletitas, más helado, más cerveza, más gaseosa, menos agua. Más golosinas. Los rubros que cayeron, en cambio, son la carne y las frutas y las verduras, que son los alimentos más sanos. Es decir, que comemos cada vez peor. Los chicos de clase media urbana reciben entre 80 y 100 regalos al año, entre Navidad, cumpleaños y el Día del Niño, entre otros. También figuran los regalitos culpógenos que llevamos los padres que pasamos muchas horas fuera de casa.
Esto nos sirvió para descubrir que era cierto que usamos casi siempre las mismas prendas: las que nos gustan. Que no hace falta tanto.
Este año aprendimos a mirar hacia adentro de nuestras casas y nuestras vidas y redescubrimos la capacidad que todos tenemos de ser felices con poco. Que podemos tener muchas menos cosas y que nadie va a enterarse, porque simplemente usamos mucho menos de lo que tenemos.
Nos lo preguntaron infinidad de veces en estos meses: ¿Y? ya sacaron pasajes para Chile... ¿Miami? No. Para nada. Lo más valioso fue habernos conectado con nuestro costado más auténtico. Más imperfecto. Y, en cierta manera, fue una experiencia detox. Estamos desintoxicadas del consumo. El mayor aprendizaje de este año quizás fue éste: ¿sabés qué pasa cuando estás todo un año sin consumir? ¡Nada
Pasamos la Navidad, nuestros cumpleaños, las vacaciones y, en todos los casos, siempre optamos por versiones minimalistas de nuestros antiguos festejos. Festejamos de forma más sencilla, en nuestras casas, en una plaza, con menos invitados, pero mejor elegidos. No quedan cuentas pendientes con 2016 ni con 2017. Después de un año, nos sentimos libres. Más afortunadas. Más dueñas. Más imperfectas. Más felices. Hemos disfrutado de este año como una de las mejores temporadas de nuestras vidas.

Siete lecciones para tener en cuenta


Nos cortamos nuestro propio pelo

Ni bien ni mal. Simplemente descubrimos que aunque lo hagamos, la vida sigue y nuestros maridos continúan sin darse cuenta

Aprendimos a comer mejor

Elegimos más los alimentos que tienen como principal cualidad la de parecerse a sí mismos. Compramos menos productos, más cercanos a lo que vamos a consumir y más alejados de las promociones y del impulso de llenar el carrito

Priorizar alimentos

Elegimos los productos de temporada y aprendimos a valorar lo que da la tierra

La bicicleta, como medio de transporte

Un hallazgo: avanzar a toda velocidad cuando al lado hay una maraña de autos atascados sube instantáneamente las endorfinas

Necesitar muy poco

Éste es un gran descubrimiento. Consumimos mucho menos de lo que compramos. La tasa de uso de las objetos en la que gastamos el dinero es realmente muy baja

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Como hemos visto, la nota resuma resignación ante la "inevitabilidad" del sinceramiento de la economía producido por el gobierno, en concordancia con lo señalado repetidamente por los voceros y funcionarios del macrismo, quienes nos "enseñan" que en la última década hemos vivido por encima de nuestras capacidades y merecimientos, naturalizando la imposibilidad de que todos vivamos con comodidades y costumbres similares, independientemente de las clases sociales. Como dijo el actual presidente del Banco Nación, Gonzalez Fraga:


"Las cosas no se pueden hacer como uno querría, y menos después de 12 años donde se ha invertido mal, se alentó el sobreconsumo (...) Le hiciste creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso era una ilusión. Eso no era normal"



Es decir, naturalizando que es inviable la movilidad social ascendente típica de la Argentina. Mejor dicho, típica de la Argentina en los períodos en que el gobierno de turno favoreció esa movilidad ascendente, poniendo en juego una política económica de transferencia de recursos inclusiva de la población. Más precisamente, durante el yrigoyenismo, el peronismo y el kirchnerismo. Tres movimientos populares comprometidos con las clases más necesitadas de la población en sus períodos históricos correspondientes, y coherentemente combatidos por el diario La Nación, cuyo mandato fundacional fue convertirse en "una tribuna de doctrina"; y eso es precisamente lo que continúa siendo en la actualidad.

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