14 de abril de 2014

Un adiós a Ernesto Laclau, un transformador de palabras y conceptos.

Más allá de cualquier homenaje acartonado o recuerdo edulcorado post mortem, Basurero Nacional se propone recordar a Ernesto Laclau por lo que más importa sobre una figura de su talla que deja este mundo: sus ideas.
Por eso reproducimos frases suyas que ejemplifican algunas de sus concepciones políticas y algunos párrafos escritos sobre él.
Finalmente, para quienes le interesen más sus ideas que lo que se diga de él, ofrecemos unos valiosos minutos donde él mismo explica su idea sobre lo que es el populismo. Para saber de qué estamos hablando cuando hablamos de la obra de Laclau o de su legado.
No cualquier pensador es capaz de cambiar, transformar el significado de una palabra, de un concepto, y Ernesto Laclau lo hizo. Nunca más "populismo" o "hegemonía" serán lo mismo en el pensamiento y la práctica políticas, y Laclau es el responsable.

Frases de Ernesto Laclau:

- “El populismo no es en sí ni malo ni bueno: es el efecto de construir el escenario político sobre la base de una división de la sociedad en dos campos. Puede avanzar en una dirección fascista o puede avanzar en una dirección de izquierda.”

- “América latina está en un proceso de cambio. Se dieron en la Argentina cortes muy importantes con el pasado. En términos de derechos humanos, ha sido el país que rompió más claramente con el pasado dictatorial. Desde el punto de vista de los modelos económicos, la Argentina ha roto con el FMI e inició un modelo económico de producción para el mercado interno y de diversificación del sistema industrial, todo esto con una fuerte regulación estatal y con una participación de las bases políticas. El Gobierno produjo cambios y generó políticas que difícilmente puedan ser revertidas si una opción de derecha se impone en las elecciones de 2015.”

- “El institucionalismo puro lleva a la ausencia de la política, porque busca que toda demanda pueda ser mediada administrativamente. El populismo puro también lleva a la ruptura de la política, porque no habría ninguna mediación. La idea gramsciana es la construcción de una mediación política. En eso estamos.”

- “América latina está en la etapa final del quiebre de la dominación norteamericana. La última batalla que EE.UU. disputó en Latinoamérica fue en Mar del Plata en 2005. Allí se rompió el proyecto del ALCA.



Ahora veamos lo que se dijo sobre él:

El intelectual de los debates y los combates.
Murió Ernesto Laclau, una de las principales figuras de la teoría política argentina, un intelectual que resignificó los estudios sobre el populismo contra ciertas concepciones del sentido común. El autor de Hegemonía y estrategia socialista estaba ayer con su mujer Chantal Mouffe en Sevilla, España, donde sufrió un infarto. Tenía 78 años y era profesor en la Universidad de Essex, Inglaterra. En los últimos años habían causado revuelo sus posiciones favorables al kirchnerismo y a Hugo Chávez, así como su intervención en las discusiones políticas a través de ciclos como Debates y combates o del canal Encuentro.
Laclau daba clases de Teoría Política en la Universidad de Essex, un cargo que ocupaba desde 1973. Además, era director del programa de Ideología y Análisis del Discurso, donde se dictan una maestría y un doctorado. Fue distinguido con el titulo de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Rosario (UNR), la Universidad de San Martín lo tenía como director honorario del Centro de Estudios del Discurso y las Identidades Sociopolíticas.
Nota completa


Una voz imprescindible.
Muchos conocen a Ernesto Laclau por su libro La razón populista, un importante trabajo que a mediados de la década pasada dio sustento académico a la discusión sobre el accionar de las diferentes experiencias latinoamericanas en los últimos tiempos: el chavismo, el kirchnerismo, los gobiernos de Rafael Correa, Evo Morales y Lula Da Silva, por ejemplo.
Pero, sin dudas, ese fue el último aporte de este inmenso intelectual que, quizás, con Guillermo O'Donnell, fueron los dos pilares más importantes de la teoría política argentina contemporánea.
Nota completa


Populismo y hegemonía.
Surgido de las entretelas más sutiles del vasto cuerpo de ideas que albergó en su momento (en los años de su temprana militancia en las filas lideradas por su siempre reivindicado Jorge Abelardo Ramos) la llamada “izquierda nacional”, el pensamiento de Ernesto Laclau, que a lo largo de las décadas fue conquistando, en su diálogo con algunas de las más sutiles corrientes de la filosofía social y política contemporánea, una consistencia formal y terminológica fuera de lo común, nunca abandonó, sin embargo, sus motivos fundamentales y primeros: la pregunta por la naturaleza de los fenómenos populistas y la discusión en torno a la idea gramsciana de hegemonía.
Es cierto que en sus escritos de los últimos diez años la palabra “populismo” designa menos un tipo de organización política que una cierta “lógica” que, en su misma indeterminación, puede enseñarnos algo sobre la naturaleza de lo político como tal, y que la noción de hegemonía se ve complejizada gracias a los diversos aportes que Laclau había recogido de los campos del psicoanálisis, la lingüística y la retórica.
Nota completa


La especificidad del populismo.
Ernesto Laclau, autor de Hegemonía y estrategia socialista y La razón populista, entre otras, fue entrevistado por el filósofo y ensayista político Roberto Follari.

R.F.:–¿Puede afirmarse que el populismo es un modo de recuperación de la política?

E.L.: –Sí y no. Evidentemente hay formas de accionar político que no son populistas. La especificidad del populismo como forma de la política es que es un discurso dicotomizante que divide a la sociedad en dos campos opuestos, que constituye al “pueblo” sobre la base de interpelar a los de abajo contra el poder institucional constituido. Pero un discurso que hiciera lo opuesto, que desarticulara las identidades populares mediante la absorción institucional de demandas particulares, no dejaría por eso de ser político. Lo que sí cabe preguntarse es si esta dicotomización del campo social a la que acabo de referirme no es inherente a todo antagonismo social y si, en tal sentido, no hay algo de populismo en todo discurso político. Incluso el más institucionalista de los discursos tiene que constituir agentes sociales que lo apoyen, y presumiblemente lo hace oponiéndose a formas alternativas del accionar político. Vistas las cosas desde este ángulo, podría decirse que, si bien lo político no es sinónimo de populismo, la operación política mínima, que consiste en plantear alternativas a la situación existente, tiene una dimensión que es populista.

R.F.: –Los institucionalistas atacan a los populismos calificándolos de antiinstitucionales. ¿Qué podría responderse a ello?

E.L.: –Creo que populismo e institucionalismo se oponen en un punto decisivo. La tendencia del populismo es crear la equivalencia entre una pluralidad de demandas sociales, en tanto que el institucionalismo tiende a su absorción diferencial y, en su forma más acabada, a reemplazar a la política por la administración. La forma extrema de institucionalismo sería un gobierno puramente tecnocrático. Ya en el siglo XIX Saint-Simon preconizaba el reemplazo del gobierno de los hombres por la administración de las cosas. Esta mentalidad administrativista es la que dominó ideológicamente a las elites políticas latinoamericanas en las últimas décadas del siglo XIX y los comienzos del siglo XX. El lema del general Roca en Argentina era ‘Paz y administración’. Y en la bandera brasileña todavía puede leerse ‘Ordem e progresso’, que era lo fórmula acuñada por el templo positivista de Río de Janeiro.
Lo que es preciso entender es que las instituciones políticas no son nunca neutrales, sino una cristalización de las relaciones de fuerza entre los grupos y que, por tanto, todo proyecto de cambio social, cualquiera sea su orientación ideológica, chocará necesariamente, en cierto punto, con el orden institucional vigente. Podríamos decir que, por reducción al absurdo, institucionalismo total y populismo total son los dos extremos ideales de un continuo, dominado el primero por la lógica de la diferencia y el segundo por la de la equivalencia. En la práctica, todo régimen político se construye en algún punto al interior de este continuo y combina, en proporciones diversas, a ambas lógicas. No puede existir un régimen tan puramente institucionalista que haga en un ciento por ciento imposibles las equivalencias populares, ni uno tan puramente populista que carezca de todo anclaje institucional.

R.F.: –¿Tiene pertinencia aún –a su juicio– la referencia a cambio de modo de producción, o cambios como los producidos por Evo o por Chávez están en el máximo horizonte de lo posible?

E.L.: –“Modo de producción” es una categoría en buena medida perimida. En su apogeo, significó una combinación estrictamente necesaria entre un estadio determinado en el desarrollo de las fuerzas productivas y un sistema –también preciso– de las relaciones de producción, que constituiría la infraestructura de la sociedad. Hoy ya nadie piensa en estos términos. Ya en los años 60 había dudas crecientes acerca de la pertinencia del concepto. La escuela althusseriana, por ejemplo, trató de enfrentar estas dificultades introduciendo lo político y lo ideológico en el interior mismo del concepto y, algunos años más tarde Etienne Balibar, miembro prominente de esa escuela, sostuvo que había que subsumir al modo de producción en formaciones sociales más amplias, con lo que perdía toda función de determinación infraestructural. En los hechos, la noción de “formación hegemónica debería tomar la centralidad que en el discurso marxista tradicional correspondía al concepto de modo de producción. Es decir, que un socialismo del siglo XXI, para usar la expresión de Chávez, no puede consistir en la socialización total de los medios de producción. Lo que se dará en todos los casos será una combinación entre las relaciones de Mercado y la función regulatoria del Estado, que es capital. Acentuar este último aspecto es lo que define a un socialismo viable y lo diferencia de los enfoques neoliberales, que postulan la ilimitada capacidad autorregulatoria de los mercados.

R.F.: –¿Cómo podría responderse a quienes conciben el liderazgo personalista de los populismos como una condición antidemocrática?

E.L.: –Afirmando que esa deriva antidemocrática es en buena medida una ficción. Desde luego que siempre es posible que un régimen populista degenere en autoritarismo –no hay más que pensar en el Zimbawe de Mugabe– pero la deriva autoritaria también puede darse a partir de regímenes altamente institucionalistas –es el caso de las tecnocracias, a que antes nos refiriéramos. El régimen de Mugabe es, sin duda, autoritario, pero por eso mismo ha dejado hace mucho de ser populista: carece de toda capacidad de movilizar auténticamente a las masas. En otros casos africanos, por el contrario, la ecuación ha sido diferente: han sido capaces de combinar un liderazgo con interpelación populista y un desarrollo equivalencial democrático de las demandas sociales, con alta participación de las masas en la gestión política. Tal fue el caso de la Tanzania de Nyerere. En general, podemos decir que un populismo sano combina la dimensión horizontal de la expansión de la democracia popular con la dimensión vertical ligada a la acción del Estado.

R.F.: –¿Tiene Ud. alguna hipótesis sobre por qué el populismo ha tenido –tal cual tiene también hoy– una especial vigencia en Latinoamérica, en comparación con otras regiones del mundo?

E.L.: –No creo que el populismo sea un fenómeno restringido a América Latina. En los últimos años hemos visto una proliferación de movilizaciones populistas de distinto signo ideológico (de derecha o de izquierda) en distintas partes del mundo. En África, en el sudeste asiático, en el mundo árabe. En Europa Oriental hemos asistido al surgimiento de populismos étnicos profundamente reaccionarios y la historia de los Estados unidos está surcada por movilizaciones populistas que han definido redefinido en varias etapas la fisionomía de la política. Las razones de la larga vigencia de la forma populista de la política en América Latina se vinculan al modo en que los Estados latinoamericanos se constituyeron. Hablando de la Europa de comienzos del siglo XIX C.B.Macpherson observa que, al comienzo de ese siglo “liberalismo” y “democracia” eran conceptos con connotaciones evaluativas diferentes: el liberalismo era un régimen político perfectamente respetable en tanto que la democracia era una denominación peyorativa porque se la asociaba con el gobierno de la turba y el odiado jacobinismo. Se necesitó todo el largo y torturado proceso de revoluciones y reacciones del siglo XIX para establecer un puente que permitiera una integración entre ambos. Pues bien, ese puente nunca se estableció en América Latina. Los Estados liberales se constituyeron en la segunda mitad del siglo XIX, pero ellos fueron la forma de organización política que se dieron las oligarquías terratenientes locales, con escasa capacidad para absorber las demandas democráticas de las masas. Por eso cuando las movilizaciones de estas últimas adquieren una intensidad creciente al comenzar el nuevo siglo, ellas se expresaron a través de formas políticas que rompían con las reglas del liberalismo –en muchos casos a través de dictaduras militares de carácter nacionalista (que eran democráticas porque respondían a las aspiraciones de las masas, pero que definitivamente no eran liberales). En las décadas subsiguientes vemos la aparición de fenómenos políticos tales como el varguismo en Brasil, el peronismo en Argentina, el MNR en Bolivia y el primer ibañismo en Chile, por citar sólo los casos más evidentes. Se da así una bifurcación en la tradición latinoamericana entre una corriente liberal-democrática y otra nacional-popular. Esta dualidad dominará el conjunto de la historia latinoamericana del siglo XX y está aún viva, con la peculiaridad de que, los nuevos regímenes nacional-populares latinoamericanos son respetuosos de las formas estatales liberales de un modo que no lo habían sido los populismos de viejo cuño.

R.F.: –Desde su teorización en La razón populista acerca de la cadena equivalencial de demandas, ¿queda algún lugar para retomar su primer noción sobre el populismo –cuando escribió Política e ideología en la teoría marxista– como respuesta a la interpelación producida por el discurso del líder?

E.L.: –El momento de la interpelación por parte del líder continúa teniendo una importancia central. Pero debemos estar claros acerca de un punto: el líder no crea la cadena equivalencial sino que la ayuda a consolidarse. Procesos subyacentes de equivalencias entre demandas deben preexistir y constituir algo así como la infraestructura de la interpelación populista. Una cierta solidaridad difusa debe existir entre, por ejemplo, demandas concernientes a la vivienda, a la salud, al transporte, a la escolaridad, a la seguridad, etc., que la palabra del líder ayuda a cristalizar en torno a ciertos símbolos y a avanzar hacia objetivos políticos claramente definidos. Si el discurso del líder es un factor activo en la constitución del pueblo como sujeto político, las demandas populares no son tampoco creadas de la nada: están ya allí y una interpelación que no se vinculara a ellas no tendría el menor eco.

R.F.: –En Debates y combates ud. discute a Negri, entendiendo que hay en él una cierta negación de la política. ¿Qué respondería Ud. a los marxistas que afirman que la política realizada en torno al poder del Estado sería sólo “la forma burguesa (actual) de la política”, y que por ello hay una forma de política posible que no se rige por lo que hoy solemos llamar “política”? Es decir, una noción de la política como extinción de la forma/Estado.

E.L.: –Yo respondería que la extinción del Estado es una idea enteramente perimida. Es interesante ver cómo surgió. Para Hegel la burocracia (entendida como conjunto de los aparatos estatales) constituía la clase universal, en tanto que la sociedad civil era el mundo del particularismo y de los intereses sectoriales. Marx pone en cuestión esta división. Para él el Estado está también dominado por el particularismo de los intereses privados, es tan sólo un instrumento de la clase dominante. Lo universal tiene que emerger del seno de la sociedad civil, para lo cual se requiere la constitución de una clase que, al emanciparse a sí misma, emancipe también al conjunto de la sociedad. La función de clase universal es así transferida del Estado al proletariado. Y en la sociedad reconciliada que el marxismo postulaba, el Estado y la política no tenían lugar alguno. El destino del Estado, por tanto, era su progresiva extinción. Desde este punto de vista Gramsci representa una superación tanto de la visión de Hegel como de la de Marx. Coincide con Marx en que la localización exclusiva de lo universal en la instancia estatal es incorrecta –la drástica separación entre Estado y sociedad civil debía ser eliminada (según afirmaba: la construcción de la hegemonía comienza en la fábrica). Pero coincide con Hegel en que el momento de lo universal es político –es lo que llamó “hegemonía”–. En tanto que Marx hablaba de la extinción del Estado, Gramsci hablaba de la constitución de un “Estado integral”. Y está claro que este último no tiene nada que ver con la forma burguesa de la política.
Nota completa


Ernesto Laclau: "El populismo garantiza la democracia".
-¿Por qué cree que se ha generalizado lo que Ud. define como una concepción peyorativa del populismo?

-La crítica clásica al populismo está muy ligada a una concepción tecnocrática del poder según la cual sólo los expertos deben determinar las fórmulas que van a organizar la vida de la comunidad. Pongamos el ejemplo de Venezuela. Allí hay masas políticas vírgenes que nunca habían participado en el sistema político excepto a través de formas de extorsión de carácter clientelístico. Entonces, en el momento en que esas masas se lanzan a la arena histórica, lo hacen a través de la identificación con cierto líder, y ése es un liderazgo democrático porque, sin esa forma de identificación con el líder, esas masas no estarían participando dentro del sistema político y el sistema político estaría en manos de elites que reemplazarían la voluntad popular.

-Cuando habla de mayor democratización se refiere a la inclusión de las masas populares en la política. Pero, en general, los reclamos por las actitudes antidemocráticas de Chávez, y en algunas ocasiones también de Kirchner, aluden a la dificultad para tolerar el pluralismo, a la manipulación del Congreso, a los difíciles vínculos con la oposición...

-En primer lugar, liberalismo y democracia no son términos que tiendan naturalmente a coincidir. Fue necesario todo el largo y complejo proceso de las revoluciones y reacciones del siglo XIX para alcanzar un equilibrio en ciertas formas que pasaron a ser llamadas liberal democráticas, como formas más o menos estables. Pero esa integración nunca se logró en la historia latinoamericana. Nosotros teníamos un liberalismo oligárquico que respetaba las formas liberales pero tenía una base clientelística que impedía toda expresión a las aspiraciones democráticas de las masas. Por eso, cuando las aspiraciones democráticas de las masas empiezan a presentarse en los años 30, 40, 50, muchas veces se expresan a través de formas políticas que fueron estrictamente antiliberales, como el varguismo y el Estado Novo, como el peronismo, regímenes formalmente antiliberales y que, sin embargo, fueron profundamente democráticos porque dieron cabida a una serie de aspiraciones de las masas.
Frente a la concepción tecnocrática del poder está la noción de la política como antagonismo, es decir, la emergencia de demandas sociales que se plantean a un cierto sistema. Esas demandas sociales constituyen un pueblo y el pueblo se constituye siempre en su oposición al poder. En la Argentina, por ejemplo, hemos tenido, después de la crisis del 2001, una enorme expansión horizontal de la protesta social y una escasa capacidad del sistema para absorber esas demandas en un sistema vertical institucional estable. De alguna manera, me parece que el actual gobierno está tratando de poner juntas las dos dimensiones, la vertical y la horizontal, y de esa manera crear un sistema ampliado de carácter más democrático.
Nota completa



Ahora escuchémos al profesor Laclau en clase explicando su teoría:


Ernesto Laclau - IV Seminario Atlántico de Pensamiento.




Otras basuras en oferta

DELIVERY BASURERO

DELIVERY BASURERO
Si querés que te avisemos cuando publicamos una nota, pedilo a basureronacional@gmail.com